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sábado, 22 de septiembre de 2012

El Polvorín, Entre lo difuso y lo invisibl

El Polvorín // Antes de que suenen las trompetas
Entre lo difuso y lo invisible

Rubén Oliva Santiago

 Resulta palpable, al menos a nivel regional, que nos encontramos en medio de un caldo de cultivo cultural en efervescencia creciente dentro de los círculos de Bellas Artes de Canarias. La isla de Tenerife cuenta con un gran motor propulsor de la creación artística, la facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, que a pesar de andar en contra de las tempestades de la ignorancia (o más bien desprecio) de las instituciones del archipiélago (los recortes presupuestarios, como es vox populi, resultan hasta ridículos) sigue luchando en pos de lograr algo que se lleva reclamando desde hace décadas; el génesis y sustento de un circuito artístico propio en Canarias, ultraperiférico y autosostenible. Pero sobre todo, de cierta relevancia internacional.


De todas las propuestas lanzadas hasta el momento, al menos en los últimos cinco años, tanto por alumnos como por profesores, la presentada por el colectivo P.I.C.A. (Proyecto Interdisciplinar de cultura artística, atentos a lo de “interdisciplinar”) es la que más fresca y accesible resulta, o lo que es lo mismo, parece que es la única propuesta (al menos en su inauguración) que parece dar un paso en positivo hacia la creación, o potenciación, del ya citado circuito artístico en Canarias. Lo cual significa independizarse, por muy doloroso que resulte, de lazos paternales dependientes que, conscientemente o no, se generan dentro de la academia, no quedando claro si es por proteccionismo (paternal, como se señala anteriormente) o por interés. 

Generando un ambiente distendido y de clara vocación de proyecto, El Polvorín es un espacio de trabajo, una especie de Open Studio de seis meses de duración, situado en el barrio lagunero de Taco. El espacio ha sido cedido por el ayuntamiento de La Laguna en un movimiento poco común estos días, el de apostar por el arte emergente. Sus pretensiones son claramente temporales y de proceso, es decir, de tránsito, lo cuál juega a su favor. Posiblemente los ayude a perpetuar los resultados y la colaboración de la corporación municipal.

Sus dos salas, entrelazadas por estrechos y oscuros pasillos, ofrecen un espacio paradójicamente amable. Una pena que, quizás buscando un mayor carácter de estudio de investigación, la iluminación no acompañara del todo al visionado de lo allí expuesto. Lo cuál, por cierto, dejaba un aroma demasiado lastrado por los preceptos teóricos de la rama interdisciplinar de los estudios de Bellas Artes, es decir, transparencias, precariedad, low tech demasiado pretendido (o pretencioso) que no fingido, y la consabida y casi obligatoria presencia de mapas conceptuales de orden detectivesco. Para el neófito este tipo de lenguaje plástico basado en el aprovechamiento de medios sencillos podría llegar a resultar incluso novedoso, pero para los viejos conocidos la sensación se acerca más al cliché que al buscado (y no necesariamente encontrado) carácter intelectual y poético, lo cuál nos llevaría al conflicto (necesario) de la formación o no de una “Escuela de La Laguna” como marca, algo tachado por algunos como “indecente”, aunque esto se busque de forma exhaustiva, para que ese circuito artístico citado con anterioridad ganase presencia, lo cuál será tratado en textos posteriores. 

En definitiva, se hecha en falta un esfuerzo emancipador (real) por parte de los artistas emergentes, los cuáles parecen estar más preocupados por cumplir (o complacer) las características básicas de su formación que la de crear un discurso plástico propio.

Por otro lado, la segunda sala y los pasillos dieron paso a dos performance, actuaciones en directo muy correctas por parte de Berna y Claudia Torres. El primero presentó su actuación bajo el título “El Falso Profeta”, combinando un video-arte con su presencia física en la sala. Performance que, por su escenografía, funciona de forma destacable también como instalación per se. Lástima que el factor provocación quedara diluido por la costumbre del espectador. En cambio, Claudia Torres hacia uso de los largos pasillos del edificio para presentar una actuación mediada en gran parte por la influencia de las pasarelas de moda, con reminiscencias de David Delfín, y también con referencias al mito del personaje popular japonés Pyramid Head, con actores semidesnudos que avanzaban por los pasillos vistiendo piezas piramidales negras de perfecta ejecución técnica en sus cabezas, lo cuál les entorpecía caminar por el estrecho pasaje.


En resumen, “Antes de que suenen las trompetas” es un movimiento inteligente, accesible y necesario por parte de P.I.C.A. en esa búsqueda infinita por dar un papel de relevancia cultural al arte emergente hecho en Canarias. Echando en falta algo más de valor  e independencia en lo plástico, las performance hicieron las delicias de los asistentes, arropados por buena música y el siempre agradecido catering. Esperemos que la cita al Apocalipsis se mantenga en lo que es, un chiste de buen gusto, y que la iniciativa siga dando buenos frutos por encima de las hecatombes.



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