El Polvorín // Antes de que suenen las trompetas
Entre lo difuso y lo invisible
Rubén Oliva Santiago
Resulta palpable, al menos a nivel
regional, que nos encontramos en medio de un caldo de cultivo cultural
en efervescencia creciente dentro de los círculos de Bellas Artes de
Canarias. La isla de Tenerife cuenta con un gran motor propulsor de la
creación artística, la facultad de Bellas Artes de la Universidad de La
Laguna, que a pesar de andar en contra de las tempestades de la
ignorancia (o más bien desprecio) de las instituciones del archipiélago
(los recortes presupuestarios, como es vox populi, resultan hasta
ridículos) sigue luchando en pos de lograr algo que se lleva reclamando
desde hace décadas; el génesis y sustento de un circuito artístico
propio en Canarias, ultraperiférico y autosostenible. Pero sobre todo,
de cierta relevancia internacional.
De todas las propuestas lanzadas hasta el
momento, al menos en los últimos cinco años, tanto por alumnos como por
profesores, la presentada por el colectivo P.I.C.A. (Proyecto
Interdisciplinar de cultura artística, atentos a lo de
“interdisciplinar”) es la que más fresca y accesible resulta, o lo que
es lo mismo, parece que es la única propuesta (al menos en su
inauguración) que parece dar un paso en positivo hacia la creación, o
potenciación, del ya citado circuito artístico en Canarias. Lo cual
significa independizarse, por muy doloroso que resulte, de lazos
paternales dependientes que, conscientemente o no, se generan dentro de
la academia, no quedando claro si es por proteccionismo (paternal, como
se señala anteriormente) o por interés.
Generando un ambiente distendido y de clara
vocación de proyecto, El Polvorín es un espacio de trabajo, una especie
de Open Studio de seis meses de duración, situado en el barrio lagunero
de Taco. El espacio ha sido cedido por el ayuntamiento de La Laguna en
un movimiento poco común estos días, el de apostar por el arte
emergente. Sus pretensiones son claramente temporales y de proceso, es
decir, de tránsito, lo cuál juega a su favor. Posiblemente los ayude a
perpetuar los resultados y la colaboración de la corporación municipal.
Sus dos salas, entrelazadas por estrechos y
oscuros pasillos, ofrecen un espacio paradójicamente amable. Una pena
que, quizás buscando un mayor carácter de estudio de investigación, la
iluminación no acompañara del todo al visionado de lo allí expuesto. Lo
cuál, por cierto, dejaba un aroma demasiado lastrado por los preceptos
teóricos de la rama interdisciplinar de los estudios de Bellas Artes, es
decir, transparencias, precariedad, low tech demasiado pretendido (o
pretencioso) que no fingido, y la consabida y casi obligatoria presencia
de mapas conceptuales de orden detectivesco. Para el neófito este tipo
de lenguaje plástico basado en el aprovechamiento de medios sencillos
podría llegar a resultar incluso novedoso, pero para los viejos
conocidos la sensación se acerca más al cliché que al buscado (y no
necesariamente encontrado) carácter intelectual y poético, lo cuál nos
llevaría al conflicto (necesario) de la formación o no de una “Escuela
de La Laguna” como marca, algo tachado por algunos como “indecente”,
aunque esto se busque de forma exhaustiva, para que ese circuito
artístico citado con anterioridad ganase presencia, lo cuál será tratado
en textos posteriores.
En definitiva, se hecha en falta un esfuerzo
emancipador (real) por parte de los artistas emergentes, los cuáles
parecen estar más preocupados por cumplir (o complacer) las
características básicas de su formación que la de crear un discurso
plástico propio.
Por otro lado, la segunda sala y los pasillos
dieron paso a dos performance, actuaciones en directo muy correctas por
parte de Berna y Claudia Torres. El primero presentó su actuación bajo
el título “El Falso Profeta”, combinando un video-arte con su presencia
física en la sala. Performance que, por su escenografía, funciona de
forma destacable también como instalación per se. Lástima que el factor
provocación quedara diluido por la costumbre del espectador. En cambio,
Claudia Torres hacia uso de los largos pasillos del edificio para
presentar una actuación mediada en gran parte por la influencia de las
pasarelas de moda, con reminiscencias de David Delfín, y también con
referencias al mito del personaje popular japonés Pyramid Head, con
actores semidesnudos que avanzaban por los pasillos vistiendo piezas
piramidales negras de perfecta ejecución técnica en sus cabezas, lo cuál
les entorpecía caminar por el estrecho pasaje.
En resumen, “Antes de que suenen las trompetas”
es un movimiento inteligente, accesible y necesario por parte de
P.I.C.A. en esa búsqueda infinita por dar un papel de relevancia
cultural al arte emergente hecho en Canarias. Echando en falta algo más
de valor e independencia en lo plástico, las performance
hicieron las delicias de los asistentes, arropados por buena música y el
siempre agradecido catering. Esperemos que la cita al Apocalipsis se
mantenga en lo que es, un chiste de buen gusto, y que la iniciativa siga
dando buenos frutos por encima de las hecatombes.
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