Fallen Idols // Vicente López
En tierra de alguien.
Rubén Oliva Santiago
El mito de la torre de
Babel narra una hazaña de unificación y ascenso frustrada por la
dispersión. En la antigüedad, el ser humano, en su afán e incansable
ambición, comenzó a construir una edificación colosal con la que podría
llegar al cielo. Como represalia, Yahveh castigó a los humanos con la
escisión, haciéndoles hablar idiomas diferentes, entorpeciendo su
entendimiento y su ascenso a las alturas. Dios había condenado a la
humanidad a la diversidad cultural.
Haciendo una referencia explícita al mito de
Babel, Vicente López propone una suerte de choque y dispersión de iconos
culturales, configurando paisajes nuevos en base a los platos rotos de
la civilización occidental.
La exposición Fallen Idols está
estructurada en tres series principales de óleos y acrílicos sobre lino y
lienzo, entrelazadas por paisajes que juegan, como el resto de obras,
con la yuxtaposición de elementos gráficos e iconos populares, creando
un híbrido entre el surrealismo, el Pop y el collage neo-dadaísta, todo
fundido y fingido bajo la batuta de la factura pictórica realista.
Los detractores de la pintura como género
artístico contemporáneo se delatarían a sí mismos farfullando que la
obra de López peca de literal y cerrada. Es cierto que Fallen Idols
apenas presenta fisuras o espacios especulativos, pero es ahí donde
reside su fuerza. Las obras expuestas en el SAC tienen un magnetismo y
una capacidad de captación del espectador como pocas veces se puede ver
en el arte contemporáneo. Resulta del todo imposible caminar por la sala
sin detenerse en cada uno de los cuadros, sin sumergirse en sus
detalles. El aura de la obra de López arrastra sin remisión ni
posibilidad de escape. La fina ironía y el buen gusto estético y teórico
se dan la mano en una serie de collages fingidos, es decir,
pos-producidos, donde se dan cita desde re-interpretaciones posmodernas
(y casi de pasarela) de santas a una serie de nuevos ídolos que, gracias
al uso de la yuxtaposición de fragmentos, destapan su verdadera
naturaleza, que no es más que el ser la parodia del sistema monetario
internacional en que vivimos, culpable sin más de los males que azotan
nuestro tiempo.
López se postula en tierra de alguien,
afrontando con firmeza el desempeño y la apuesta por la pintura como
forma de arte, incluso en la actualidad. Su obra sacia y satisface,
dejando para los más avezados ese guiño cómplice y crítico hacia la
religión, sea cual sea, mostrando hasta qué punto se encuentra untada en
los más insospechados engranajes de la sociedad occidental.
Donde Dios dividió al hombre como castigo,
Vicente López lo unifica como recurso. Eso si, sin olvidar que ya no
tenemos referentes ni ídolos, sino sus fragmentos, los pedazos que de
ellos mismos han dejado tras su huida ciega y descabezada hacia la
crisis financiera (y moral) internacional, y el continuo ambiente de
tensión política y represión policial al que se han visto abocadas la
mayoría de capitales mundiales en la actualidad.
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