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martes, 9 de octubre de 2012

Fallen Idols // Vicente López

Fallen Idols // Vicente López
En tierra de alguien.

Rubén Oliva Santiago

 El mito de la torre de Babel narra una hazaña de unificación y ascenso frustrada por la dispersión. En la antigüedad, el ser humano, en su afán e incansable ambición, comenzó a construir una edificación colosal con la que podría llegar al cielo. Como represalia, Yahveh castigó a los humanos con la escisión, haciéndoles hablar idiomas diferentes, entorpeciendo su entendimiento y su ascenso a las alturas. Dios había condenado a la humanidad a la diversidad cultural.

Haciendo una referencia explícita al mito de Babel, Vicente López propone una suerte de choque y dispersión de iconos culturales, configurando paisajes nuevos en base a los platos rotos de la civilización occidental.

La exposición Fallen Idols está estructurada en tres series principales de óleos y acrílicos sobre lino y lienzo, entrelazadas por paisajes que juegan, como el resto de obras, con la yuxtaposición de elementos gráficos e iconos populares, creando un híbrido entre el surrealismo, el Pop y el collage neo-dadaísta, todo fundido y fingido bajo la batuta de la factura pictórica realista.

Los detractores de la pintura como género artístico contemporáneo se delatarían a sí mismos farfullando que la obra de López peca de literal y cerrada. Es cierto que Fallen Idols apenas presenta fisuras o espacios especulativos, pero es ahí donde reside su fuerza. Las obras expuestas en el SAC tienen un magnetismo y una capacidad de captación del espectador como pocas veces se puede ver en el arte contemporáneo. Resulta del todo imposible caminar por la sala sin detenerse en cada uno de los cuadros, sin sumergirse en sus detalles. El aura de la obra de López arrastra sin remisión ni posibilidad de escape. La fina ironía y el buen gusto estético y teórico se dan la mano en una serie de collages fingidos, es decir, pos-producidos, donde se dan cita desde re-interpretaciones posmodernas (y casi de pasarela) de santas a una serie de nuevos ídolos que, gracias al uso de la yuxtaposición de fragmentos, destapan su verdadera naturaleza, que no es más que el ser la parodia del sistema monetario internacional en que vivimos, culpable sin más de los males que azotan nuestro tiempo.

López se postula en tierra de alguien, afrontando con firmeza el desempeño y la apuesta por la pintura como forma de arte, incluso en la actualidad. Su obra sacia y satisface, dejando para los más avezados ese guiño cómplice y crítico hacia la religión, sea cual sea, mostrando hasta qué punto se encuentra untada en los más insospechados engranajes de la sociedad occidental.

Donde Dios dividió al hombre como castigo, Vicente López lo unifica como recurso. Eso si, sin olvidar que ya no tenemos referentes ni ídolos, sino sus fragmentos, los pedazos que de ellos mismos han dejado tras su huida ciega y descabezada hacia la crisis financiera (y moral) internacional, y el continuo ambiente de tensión política y represión policial al que se han visto abocadas la mayoría de capitales mundiales en la actualidad.


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